13 abr 2016

La Isla de los Muertos, una historia viva

Hay ciertos lugares de los que vale la pena contar su historia, uno de ellos es Caleta Tortel.

Llegamos con una lluvia intensa, ya bien entrada la tarde, el camino que nos trajo desde Cochrane, es sin duda el tramo en peor estado que hemos recorrido en la mágica y agreste Carretera Austral. Muchísima calamina y ripio suelto en exceso, sumado a los vehículos que van hacia Cochrane, hacen muy difícil la conducción. Luego de estar varias veces a punto de caer, yo caí una vez cuando me encontré con una gran van de frente (afortunadamente a muy baja velocidad y sin daños ni para mí ni para mi naranjita) y quedar otras atrapados en el ripio, y luego de que Ariel quedara empantanado en el ripio y tuviésemos que sacar la moto empujando entre los dos, optamos seguir con la idea de detenernos cuando nos encontrábamos con un vehículo de frente permitiéndole (obligándolo) que nos esquive, pero sin corrernos a una orilla.

Tortel es especial, su arquitectura es muy distinta, las casas cuelgan de las laderas, y se comunican entre ellas por un intrincado laberinto de pasarelas y escaleras de Ciprés, Ciprés de las Guaitecas. Para quien no conoce es fácil perderse.

Todas las casas son de madera, muchas revestidas de tejuela, y todas se construyen sobre palafitos, ya que el terreno en que se enclava el pueblo es puro mallín (tierras bajas inundables).

Las plazas son todas techadas, pues la zona es altamente lluviosa, y al parecer así es, pues el informe del tiempo nos anuncia lluvias por más de una semana de corrido.

El paisaje es increíble, las pasarelas mojadas y las nubes atrapadas en las quebradas, nos hacen detenernos y observar por largo rato.


Llegando a Caleta Tortel




Pasarelas en Caleta Tortel

Desde la Carretera Austral hay que desviarse poco más de 20 kilómetros para llegar a Caleta Tortel, sorprende descubrir que esta ruta existe solo desde 2003, antes de eso el único acceso era remontando el río más caudaloso de Chile, el Baker. Se hacía en bote durante 6 horas desde el río Vagabundo, o bien en avioneta (un transporte subvencionado por el Estado en ese entonces). La ruta llega hasta un amplio estacionamiento de adoquines, como dijo Ariel antes, allí hay que abandonar los vehículos y continuar a pie.

Nos pareció gracioso que el día cuando llegamos, una chica con su pololo estaban buscando alojamiento, estaban recorriendo las pasarelas igual que nosotros y ella nos pregunta si había que caminar o podían llegar con el auto a un hotel o cabaña. Ariel le dijo que acá se caminaba, ella se rió distraída y no dijo nada más. Ya nos imaginábamos a la chica tratando de meterse con el auto a las pasarelas!!

Aunque ahora hay un poco más de "conectividad", la vida sigue siendo difícil acá. La electricidad escasea, debido al cambio climático, la extensión del verano y la escasez de lluvia, ha bajado el nivel de agua de la laguna que abastece de electricidad y agua potable al pueblo. Con este panorama la alternativa es un generador petrolero que sólo entrega energía durante algunas horas al día.

Además de eso, falta combustible, falta gas, todo llega de Cochrane, y son tres horas de camino... De camino muy malo.

Como si fuera poco, dada la configuración del pueblo, comprar cualquier cosa de grandes dimensiones se vuelve un problema, aún no logro imaginar cómo bajan un refrigerador por las interminables escaleras y pasarelas.

Afortunadamente pronto encontramos hospedaje, económico y cómodo, y lo principal, podremos cocinar o pronto moriremos de hambre. Sabíamos de un camping gratuito que está en la playa, pero eso significaba cruzar toda la red de pasarelas y escaleras con toda la carga bajo la lluvia.

Comenzamos a bajar las cosas al hostal, aunque no estamos lejos del estacionamiento, los muchos escalones se sienten y a la tercera vuelta empiezan a doler los cuadriceps, hay que tener buen estado físico para vivir acá. 

Cocinamos, conversamos, planeamos el día siguiente y nos fuimos a dormir. En el hostal conocimos a un español, Artur, que nos contó anécdotas muy divertidas del hotel en qué trabaja, ahora esperamos expectantes el cómic que escribe con sus amigos sobre la vida en el hotel.

Originalmente el plan era pasar sólo la tarde en Caleta Tortel y continuar de inmediato a Villa O'higgins, pero como de costumbre nos levantamos tarde, y por ende llegamos tarde a Tortel, sumado al inconveniente que relató Ariel en la entrada anterior, no alcanzábamos la barcaza que nos cruzaría de Puerto Yungay hasta Río Bravo. Ariel recordaba que era difícil encontrar alojamiento en Tortel, pero no fue así.

Así que con el problema de la manilla ya resuelto decidimos disfrutar tranquilamente de Caleta Tortel continuar al día siguiente hacia Villa O'higgins, así que esta vez sí nos levantamos temprano (el check out era a las 10), subimos las cosas de vuelta a las motos, esta vez nos las ingeniamos para llevar todo de un viaje, y las dejamos cargadas listas para partir. 

Una vez hecho esto nos fuimos a recorrer, con la lluvia las pasarelas se ponen bien resbalosas, y cada tanto patinamos, de pronto bajando una escalera, pum! Me pego un resbalón y de poto termine bajando los tres escalones que me faltaban. 









Recorriendo Las Pasarelas

En este recorrido nos encontramos con Artur, y nos contó que se iba a visitar la Isla de los Muertos. Sabíamos que existía este tour, pero sabíamos también que era caro, por lo que habíamos decidido no hacerlo. Bueno, Artur nos comentó que el barco tenía una tarifa alta pero que se pagaba entre todos los pasajeros, así que entre más mejor! Lo pensamos un ratito y decidimos de inmediato aprovechar la oportunidad, fuimos a inscribirnos, y luego otra vez a las motos a bajar por enésima vez las muuuuchos escalones cargados como burros de vuelta al hostal.

A las 3 de la tarde zarpamos rumbo a la isla que se encuentra en el delta del río Baker.

Apenas comenzamos a navegar Ariel fue a dejar su mochila a la parte techada del bote, mientras él iba, tomé una foto del paisaje, sólo una!, y miré para ver si venía de vuelta, pero no!, allí lo vi sacando la tetera, que por cierto no era de él, poniendo la cocinilla, que tampoco lo era, y preparando un mate con la hierba del guía. Quede perpleja, si apenas había entrado! Y ya se creía dueño de casa. Allí se quedo, mateando y conversando con el guía durante toda la navegación. Una pareja que iba con nosotros también miraban atónitos la escena, y uno de ellos me preguntó intrigado ¿se está haciendo un té? 





Poco después llegamos a la isla, allí comenzamos un trekking corto, por caminos de puro barro, hasta llegar al cementerio donde se alzan 35 cruces. Alguna vez hubieron más, pero el río se las llevó.

La historia está rodeada de un manto de misterio e incertidumbre. Lo poco que se sabe es que son 57 o 59 personas las que yacen enterradas bajo cruces que manos piadosas pusieron sobre sus tumbas, de ellas, sólo una conserva el nombre, el resto se ha perdido con el paso del tiempo. 

Se sabe también que aquellas personas eran parte de la dotación de obreros, 200 hacheros chilotes, que la primera empresa maderera que intentó asentarse en la zona, llevó para trabajar en la temporada de verano y otoño, en el año 1906.

Estas personas debían volver a sus hogares cuando comenzase el invierno, y era responsabilidad de la empresa enviar el vapor que debía recogerlos. Sin embargo, éste nunca llegó, y los obreros quedaron abandonados a su suerte por dos meses. Un día los capataces huyeron en bote y fueron recogidos por un vapor en el canal Mesier, principal ruta entre Punta Arenas y Puerto Montt. 

Poco después los obreros empezaron a morir misteriosamente, se habló de canibalismo, de una peste, de marea roja, de envenenamiento accidental. La versión oficial dice escorbuto, firmada por un médico que jamás se movió de su escritorio en Santiago. La muerte por hambruna es poco creíble, los chilotes son hombres duros, acostumbrados al clima difícil, saben cazar y pescar, y hay bastantes frutos comestibles en el bosque.

La más popular dice que los capataces antes de huir envenenaron intencionalmente a los obreros, para así no pagar sus sueldos (pocos meses después la empresa se declaró en quiebra). Lo cierto es que aunque no los hubiesen envenenado si hubo intención de dejarlos morir al abandonarlos en este clima inclemente, sin alimento alguno. Porque así la empresa se ahorraba el vapor, y además cobraba un seguro, por los obreros muertos, dinero que quedó para la compañía, los familiares nada recibieron, ni el seguro, ni el sueldo, ni siquiera información acerca del paradero de sus esposos, padres o hijos.

Es fácil creer que la empresa decidió deshacerse de ellos, la familia dueña de la misma, los Subercasoux Brown, son conocidos genocidas que exterminaron a los Selknam a punta de rifle.

Todo este suceso jamás se investigó, cuando ya había transcurrido tiempo y los familiares comenzaron a preguntar, el Estado se lavó las manos diciendo que era responsabilidad de la empresa traer de regreso a sus obreros, finalmente un barco zarpó de Dalcahue, no se sabe quién lo mandó a recoger a los sobrevivientes, en el camino murieron 17 o 19 más.

Y aún no se sabe más.

El 15 de febrero de este año, llegó a Tortel un antropólogo interesado en el caso, que lleva un tiempo investigando, y gracias a quien se conoce esa parte de la historia relatada, toda respaldada con su respectiva documentación. Antes sólo rumores, teorías, pero pocos hechos. 

Pocos años atrás, la isla fue declarada Monumento Histórico Nacional, lo que imposibilitaba una exhumación, sin embargo este antropólogo dio con el nieto de uno de los fallecidos, lo que permitiría llevar a cabo este proceso y de esta forma intentar averiguar la real causa de muerte de tantos hombres.






En la Isla de los Muertos

Dejamos atrás esta parte de la historia, esperando saber más pronto. Nos subimos al bote y continuamos nuestro recorrido, hacia el mirador de la cascada Pisagua, en el arroyo que remontamos el agua cambia bruscamente de color, la del Baker es celeste turbio, aquí es transparente, y la fusión de ambas es impresionante, parecen ser como el agua y el aceite, no se mezclan realmente, sino que la turbiedad del Baker asciende como una nebulosa por el cauce del arroyo.

La cascada, aún desde la distancia, es impresionante, ahora nos encontramos en el extremo sur del Parque Nacional Laguna San Rafael, y al final de Campos de Hielo Norte. 


Cascada Pisagua

Volvemos al Baker y nos dirigimos hacia el aeródromo, allí nos bajamos para continuar hacia Tortel caminando por una larguísima pasarela, que asciende una colina y nos entrega una vista panorámica del pueblo.





Durante el día ha continuado lloviendo, pero a ratos asoma el sol, y eso se agradece. 

Mientras regresamos al pueblo casi caigo otra vez, si no es por Ariel que va junto a mí habría vuelto a bajar la escalera con estilo.

Luego de ese día intenso, volvemos al hostal, es hora de descansar pues el viaje continúa.





Agradecimientos a: Relieve.cl y Jaime Salas, Trail on fire, Motocenter, Rodrigo Contreras, Pablo Zúñiga e Indotrail, Nómade Austral, Cristian Maragaño y Motocamp Chile, Nina y Víctor, toda mi familia en Coyhaique, Ricardo y cafetería La Nutria, 99% Aventura, Fili y El Mosco.

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